jueves, 26 de mayo de 2016

Soy del montón

Simple y llanamente eso. Me ha llevado casi veintiséis años asimilarlo, pero hecho está: Soy del montón.

Soy una persona de esas que te cruzas por la calle y ni siquiera te distrae por un solo instante. Podría tratar de culpar a los smartphones o al Internet móvil, o a esa basura de playlist que os sugiere Spotify, que aturdiría a cualquiera. La realidad es que no tengo ningún rasgo físico envidiable ni tampoco ninguno excesivamente despreciable y, curiosamente, esto me hace invisible.

Tiene cosas buenas y cosas malas, pero hay quien no puede soportar pasar desapercibido. Yo disfruto de ser el orgulloso portador de una caprichosa cárcel terrenal que no es nada del otro mundo. He aprendido a mitigar mis aspiraciones a base de abusar de la autocrítica y a descartar a todo aquél que huela a complicación o simplemente a pérdida de tiempo.

He renunciado a innumerables sueños por cobardía, a finales felices que podrían haber sido y no serán, pero porque nunca lo fueron del todo en mi cabeza. Ni finales, ni felices. Porque no hay nada más del montón que creer en uno mismo por encima de todo y pensar que si trabajas duro, algún día se hará realidad. O a saber qué te puede llegar a pasar.

Pero si por algo soy del montón es por mi cabeza, que no da para más. Ese runrún. Ese no poder pensar, ni dormir, ni soñar. No hay nada más típico que un viejoven del siglo XXI con sus dramitas de princesa Disney. Y con sus procesiones. Internas, que asfixian, que te aprietan pero no te terminan de ahogar para que vivas un día más. Con su obligatoria falsedad para no asustar a quienes le rodean, ni mucho menos a los que se atreven a acercarse.

Si hay que ser del montón, que sea con razones; que si de verdad lo quieres ser, mejor empieza ahorrándote esas penas. Viaja a Tailandia. Ponte en Facebook una foto de perfil en el Holi Festival que más cerca tengas. Bebe. Folla. Con tu pareja, o alguna cosa de malas maneras y a escondidas. O qué sé yo, no hagas nada.

Es un consejo sincero, ¿de verdad merece la pena la complicación? El pasar de puntillas por la vida de gente que no os llegó a convencer en ningún momento, digo. Comer babas. Arrastrar esa mierda durante años no sé si es muy del montón o no, pero si hay que hacerlo se hace. Ser recomendado por las madres de mis ex, las ex que nunca tuve, las ex de otros que en ese momento no las tenían tanto como ellos hubiesen querido.

Decir que no a todo, por seguridad, simplicidad, por no querer llorar más. Prometerte a ti mismo que el día que lo intentes será la última vez y nunca jamás ver nada que quede a este lado de la frontera entre lo posible y lo imposible. Como si sencillamente no existiese, para qué buscar. Qué necesidad.

Aderezar los pensamientos que van y vienen con el insomnio, los párpados de plomo y una bonita fotofobia. Común, eso sí, que debería ser también del montón.

Perder el interés por todo y todos, empezando por uno mismo. Ser del montón, de un montón pequeño y, quizá, del montón equivocado.

"Esperar que la vida te trate bien por ser buena persona, es como esperar que un tigre no te ataque por ser vegetariano." 
Bruce Lee

martes, 12 de agosto de 2014

Responsabilidad

A lo mejor soy yo, que soy raro.
Resulta que a día de hoy no me veo capaz de hacerme responsable de una relación, del tipo que sea. Intentaré explicarme: Si en un arrebato de locura y desenfreno se me ocurriese pretender algo así tendría que ser serio, estable... y hasta que la muerte nos separe. Yo no lo concibo de otra manera.

No me gusta andar en círculos, prefiero evitar perder el tiempo y, sobre todo, pese a poder reírme de todas y cada una de las mierdas que nos depara este universo, de momento no he desarrollado la capacidad de jugar con los sentimientos de la gente. Así que... ¿por qué debería forzar una relación que no me parece definitiva desde un primer momento? O mejor todavía... ¿por qué os empeñáis en hacerlo vosotros? No me vengáis con el Carpe Diem ni el Tempus Fugit, coño, la gente sufre por mil y una cosas, pero este mal es invisible y pandémico. ¿A qué coño estáis jugando?

Me da rabia todo esto porque a veces ya no tengo claro si es que "en automático" soy excesivamente responsable y quiero creer que no me atrevo porque me gustaría poder ser un candidato a la altura de mi teórica ocupadora ventricular permanente y ni mi tiempo libre, mi economía ni mis ganas me lo permiten o, sin embargo, es que alguien como yo no soportaría un desengaño. Quizá todo se reduzca a que posiblemente en su día ya me quedé lo suficientemente roto, a que ver el goteo de lágrimas y asco mezclado en partes iguales emulsionó en un prozac que me grabó a sangre y fuego que soy blando, para poder recordarlo cada día del resto de mi vida y tan siquiera plantearme una gilipollez semejante.
Siempre me ha gustado más la versión responsable. Es menos lagrimera y cobarde, pero... el cementerio está lleno de valientes y yo... yo soy demasiado joven.

Lo bueno que tiene esto es que puedo enamorarme y desenamorarme sin rencores tres veces al día, porque en lo platónico está la belleza, no en unos tobillos finos o en unos ojos verdes. Y sobre todo en descubrir desde lejos que ninguno somos lo suficientemente perfectos, ni que quizá no tengamos las aurículas a prueba de balas, ni que ni siquiera merece la pena correr el riesgo para comprobarlo.

"Nosotros escogemos a quién dejamos entrar en nuestro mundo." 
Robin Williams en El indomable Will Hunting

sábado, 11 de enero de 2014

Imagina si no lo hubiese pensado

Cientos de días después, la guerra ha terminado y como en toda batalla que se precie, aquí nadie ha ganado.

Mi cabeza es un lugar caótico, ahora más que nunca, en el que todo gira sin parar tan siquiera un instante, en el que todo se plantea, replantea, formula y se vuelve a reformular. En un exceso más que evidente que desgastaría por completo a cualquiera.

Tal vez deba ser así.

Me han hecho preguntas cuestionables, más o menos respetables y algunas hasta ofensivas, pero de todas me quedo con: ¿Cómo te gustaría verte en el futuro?

Con una seguridad total podría aseverar que soy un romántico de los que ya no quedan. Me veo como un piloto sin coche, un jinete sin caballo, un rey sin reino, un caballero que tiene la seguridad de que no existe ya un honor a su medida, un herrero que no cree en la fuerza del martillo ni en el calor del fuego, que ahora hielan. 

Un pobre idiota que ha perdido toda esperanza de encontrar una ilusión más allá de su cuerpo.
Sin embargo me gustaría verme en la situación asquerosamente empalagosa de levantarme más temprano para preparar un desayuno que llevar a una cama, de no necesitar ningún cumplido porque con esa sonrisa me valga. Esa gilipollez que tanto os prometéis que dure y tan pronto desaparece, una y otra vez repetida hasta el infinito.

No tiene nada que ver como me gustaría, con como crea yo que vaya a verme: Me veo solo, rodeado de individuos, de amigos de Facebook, de seguidores del Twitter que más esté de moda en esa época, con mil y una fotos y demás recuerdos de lo que pudo haber sido y no fue, de reproches y pérdidas parciales y totales de tiempo, de nervios, de esperanza y falta de sueño. Y sueños. Trozos por doquier por todo el suelo, pedazos de pasajes de mi vida que repetiría y no al mismo tiempo por ser lo más parecido a aquello, a la suprema idiotez de haberme atrevido.

Más trágico que mil Titanics, que cuatrocientos cincuenta Hamlets uno detrás de otro, cada uno más amargo que el anterior pero que duele menos, porque ya conoces el final, la solución del acertijo, la hoja del crucigrama del revés de una vida vacía desde un principio.

No me veo sonriendo por nada ni nadie, porque aquél frío se llevó mi Navidad, mi primavera, y las estaciones de cercanías y larga distancia me arrastraron todavía más lejos.

Aquél día el que se hundió en el Océano fui yo porque, al parecer, tampoco había sitio sobre la tabla para los dos.

"It is not in the stars to hold our destiny but in ourselves." 
William Shakespeare

jueves, 8 de agosto de 2013

Maneras de vivir

Desde siempre he vivido obsesionado por el futuro idóneo y, sobre todo, por el camino a seguir hasta llegar a él.

Nunca he dudado que ése no fuese el más fácil ni tampoco el más directo. No he buscado atajos, sólo he mirado por mi propia estabilidad y tratado de impedir cualquier vulnerabilidad humana y esperable, por el medio más eficaz: evitar todo contacto, toda sensibilidad y apego, menospreciando las relaciones y condenando a los relacionados.

Es triste, pero también infalible. Si no tienes una mascota no llorarás su pérdida al sobrevivir a ella, de igual manera no sufrirás dolor alguno en una ruptura si no te arriesgas a intentarlo. 

Es cobarde, pero insisto, infalible. Poner cada una de esas relaciones en tela de juicio, observar detenidamente y no encontrar una referencia de garantía, reír ante la facilidad de la infidelidad que campa a sus anchas en nuestra sociedad sin escandalizar a nadie. ¿Es justo generalizar? Por supuesto que no, pero sí que ayuda a tranquilizar a una mente inquieta que necesita de la desgracia ajena para justificar su propia soledad.

La mayor parte de mi vida ha transcurrido con los esperables altibajos de un entorno inadecuado. Con la promesa de mantenerme lo más alejado posible de ser influenciado por los -malos- ejemplos de alrededor, tratando de evitar a toda costa una dudosa semejanza con esos ilustres inútiles que viven porque tienen vida, sin mirar por ellos ni por quienes en ellos confían. Todo ésto hasta llegar al punto de verme como una isla perdida en mitad del océano.

Por aquella isla pasó un día un barco que se paró a varios kilómetros para evitar quedar encallado, un barco cargado de ideas nuevas y nunca imaginadas por aquél lugar dejado de la mano de Dios. El problema está en la naturaleza de una isla perdida, que aunque haya momentos en los que parezca ser encontrada su lugar está en medio de ninguna parte, y así es como debe de seguir siendo.

De poco sirve el bote salvavidas que va a parar a su playa, por mucho que agradezca la visita nunca podría ser definitivo, está pensado para no durar. Quizá no sea justo pintarlo así, quizá la isla no es tan grande ni el bote tan pequeño, sino todo lo contrario. 

Ahora que lo pienso, lo único claro es que el bote era salvavidas, porque si no fuese por ella seguiría todavía perdido. Y sólo por ella sería capaz de pasar noches en vela, da igual si en la playa o en alta mar, porque juntos me sobra todo.

No hay compromiso porque no hay futuro juntos, ni idóneo ni desastroso, simplemente no lo hay. Y ese recuerdo, con su ligero gusto amargo se desvanece por convicción, de que somos lo que mejor podemos ser: los mejores amigos del mundo.

"La amistad es más difícil y más rara que el amor. Por eso, hay que salvarla como sea." 
Alberto Moravia

miércoles, 5 de junio de 2013

Antiguo esbozo

"Me enamoré de la vida, es la única que no me dejará sin antes yo hacerlo." 
Pablo Neruda

miércoles, 29 de mayo de 2013

Diferencia

El frío del silencio, que te invade, que te oprime el pecho, que te desaconseja respirar.

Entre mis filias y tus fobias hay un mar de dudas en el que desembocan mis noches sin dormir y todos mis sueños, porque no puedo evitar que sea así. Sueños cada día más ligeros, preludios cada vez más largos, deseos y hechos entremezclados. Incapacidad para discernir la ficción de la realidad y, lo mejor de todo, no darle importancia.

Porque parece estar todo menos ordenado que normalmente y un servidor a cada segundo más indiferente.

"A veces, la indiferencia y la frialdad hacen más daño que la aversión declarada." 
J. K. Rowling

sábado, 18 de mayo de 2013

Perdido

Por el desierto de mis dudas, dónde el único rumbo a seguir se basa en caminar en círculos.

Mirar al frente y no vislumbrar nada en el horizonte, ni un triste espejismo que evite pensar que más allá nunca habrá nada. Porque realmente así es, así está siendo, y así debe ser.

Es la triste historia de un nómada que detestaba las alucinaciones hasta que un día deliró.

Pero aquello fue una y no más.
"El más terrible de los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza perdida." 
Federico García Lorca