Desde siempre he vivido obsesionado por el futuro idóneo y, sobre todo, por el camino a seguir hasta llegar a él.
Nunca he dudado que ése no fuese el más fácil ni tampoco el más directo. No he buscado atajos, sólo he mirado por mi propia estabilidad y tratado de impedir cualquier vulnerabilidad humana y esperable, por el medio más eficaz: evitar todo contacto, toda sensibilidad y apego, menospreciando las relaciones y condenando a los relacionados.
Es triste, pero también infalible. Si no tienes una mascota no llorarás su pérdida al sobrevivir a ella, de igual manera no sufrirás dolor alguno en una ruptura si no te arriesgas a intentarlo.
Es cobarde, pero insisto, infalible. Poner cada una de esas relaciones en tela de juicio, observar detenidamente y no encontrar una referencia de garantía, reír ante la facilidad de la infidelidad que campa a sus anchas en nuestra sociedad sin escandalizar a nadie. ¿Es justo generalizar? Por supuesto que no, pero sí que ayuda a tranquilizar a una mente inquieta que necesita de la desgracia ajena para justificar su propia soledad.
La mayor parte de mi vida ha transcurrido con los esperables altibajos de un entorno inadecuado. Con la promesa de mantenerme lo más alejado posible de ser influenciado por los -malos- ejemplos de alrededor, tratando de evitar a toda costa una dudosa semejanza con esos ilustres inútiles que viven porque tienen vida, sin mirar por ellos ni por quienes en ellos confían. Todo ésto hasta llegar al punto de verme como una isla perdida en mitad del océano.
Por aquella isla pasó un día un barco que se paró a varios kilómetros para evitar quedar encallado, un barco cargado de ideas nuevas y nunca imaginadas por aquél lugar dejado de la mano de Dios. El problema está en la naturaleza de una isla perdida, que aunque haya momentos en los que parezca ser encontrada su lugar está en medio de ninguna parte, y así es como debe de seguir siendo.
De poco sirve el bote salvavidas que va a parar a su playa, por mucho que agradezca la visita nunca podría ser definitivo, está pensado para no durar. Quizá no sea justo pintarlo así, quizá la isla no es tan grande ni el bote tan pequeño, sino todo lo contrario.
Ahora que lo pienso, lo único claro es que el bote era salvavidas, porque si no fuese por ella seguiría todavía perdido. Y sólo por ella sería capaz de pasar noches en vela, da igual si en la playa o en alta mar, porque juntos me sobra todo.
No hay compromiso porque no hay futuro juntos, ni idóneo ni desastroso, simplemente no lo hay. Y ese recuerdo, con su ligero gusto amargo se desvanece por convicción, de que somos lo que mejor podemos ser: los mejores amigos del mundo.
"La amistad es más difícil y más rara que el amor. Por eso, hay que salvarla como sea."
Alberto Moravia
